Este es el relato de Tatiana Ivanovna. Una nana septuagenaria que entregó su vida al servicio de la familia Karin, y se encargó de criar a dos de sus generaciones. Los Karin, adinerados y de abolengo, ven desplomado su universo al quedarse sin tierras ni riqueza debido a la Revolución de Octubre suscitada en Rusia en 1917. La familia debió abandonar su patria y trasladarse con premura a vivir a la capital francesa. Tatiana, fielmente, les acompaña en esta travesía y sigue a su servicio pese a que los Karin ya no cuentan con posición social ni fortuna.
En este relato somos testigos de la soledad y añoranza que vive esta mujer, de su imposibilidad para dejar atrás todo pasado, y de sus ensoñaciones continuas sobre todo lo que fue y lo que no podrá volver a ser nunca.
«Las moscas de otoño» me recordó un poco a los sirvientes de Downton Abbey, quienes luchaban aguerridamente por mantener el status quo en el que vivían y por preservar las tradiciones y las costumbres de la casa de sus amos. Aquellos sirvientes que eran aún más conscientes de que sin esa estructura en la que vivían la perpetuidad de su labor, su fuente de trabajo y la vida que conocían no podían seguir reproduciéndose.
Les recomiendo leer esta historia corta y perfecta para entender lo que vivieron miles de familias que abandonaron la Rusia bolchevique, aquella Rusia que dejaba atrás para siempre a los zares. De hecho, este texto está basado en las propias experiencias de la genia de Irène Némirovsky, quien llegó a París precisamente a partir del desarrollo de la mencionada revolución.
«Iban, venían, de una pared a otra, silenciosos, como vuelan las moscas de otoño cuando el calor, la luz y el verano han pasado, penosamente, cansadas, irritadas, arrastrando sus alas muertas contra los vidrios».
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