Siempre quise leer El viejo y el mar (1952). Un ejemplar de este libro estuvo varios años en la biblioteca de mi padre y nunca me atreví a toparlo, sentía que era un libro complicado. Fue hace poco tiempo que ví varias publicaciones sobre esta obra en esta comunidad y, despues de más de veinte y cinco años de haberlo visto por vez primera, me animé a explorar la obra de Hemingway. Gracias a quienes me animaron a hacerlo.
El cumplimiento de esta deuda pendiente me ha proporcionado la dicha de introducirme en la historia de un pescador cubano, un hombre viejo, quien ha mantenido una larga relación con «la mar» a través de los años y ha vivido de sus frutos. Un hombre que por medio de su relato nos transporta a serias reflexiones sobre la fe, la constancia, la sabiduría y la fuerza de los seres humanos.
El viejo, quien tenía por objetivo seguir realizando su oficio a toda costa, frente a todo infortunio y desesperanza, me hizo pensar en la lucha y en la derrota, en el dolor de envejecer, en la desgarradora soledad y en la fortaleza de ciertas almas. Amé el modo tan orgánico en que Hemingway aborda las características y la personalidad del héroe de esta historia, desde su forma de comer hasta el modo tan maravilloso en que este se comunica con la naturaleza.
Lean este libro corto y repleto de lecciones. Una lectura deliciosa que te mantiene intrigada de principio a fin, y que te deja sumida en varios pensamientos.
«No recordaba cuánto tiempo hacía que había empezado a hablar solo en voz alta cuando no tenía a nadie con quien hablar».
«Nadie debería estar solo en su vejez».
«Se dio cuenta de que nadie está jamás solo en el mar».