<<Él niño pidió un jugo de naranja y la niña, uno de coco. Una vez que el mesero trajo consigo las bebidas y las colocó sobre la mesa, el niño supo inmediatamente que deseaba el jugo de su hermana, y expresó su demanda casi a gritos. La madre de los pequeños le arrebató el jugo a la niña y se lo dio a él.>>
<<Era Navidad y la familia se encontraba reunida. Las mujeres preparaban la opípara cena, mientras que los hombres estaban en la sala y mantenían una conversación. Los niños y las niñas jugaban entre sí. Cuando los alimentos estuvieron listos, los hombres se sentaron a la mesa y sus esposas les sirvieron sus respectivos platos, rebosantes de comida, con más pavo que en el de cualquier otro. Ellos comieron y las mujeres lo hicieron después. Los hombres más jóvenes también eran atendidos con gran animosidad por parte de sus madres y se llevaban las porciones más grandes, mucho más grandes que las porciones de las mujeres jóvenes.>>
<<Ella hacía lo que quería, lo que le venía en gana, pero sus acciones no pasaban desprevenidas por sus familiares. La juzgaron, le pusieron etiquetas, la criticaron. Ella creció y dejó de ser el foco de atención, y el turno de ser juzgadas pasó a otras mujeres más jóvenes de la familia, a otras primas. Ellos, los primos, independientemente de lo que hicieren nunca fueron mal vistos, de ellos nadie dijo nada.>>
<<Cuando la encuestadora le hacía una pregunta a la señora, su esposo, quien también estaba en la misma habitación, respondía por ella. La esposa lo miraba, visiblemente incómoda, resignada, lo dejaba continuar. La encuesta era acerca de la cocina que la mujer utilizaba para preparar los alimentos, actividad de la que él nunca participaba.>>
Estos relatos están basados en experiencias vividas o que me han sido relatadas, y me han permitido hablar sobre cómo las mujeres hemos sido tratadas de manera distinta a los hombres. Estos comportamientos que a ojos de algunos eran inocentes, nada reprochables, por ende, totalmente normalizados, reflejan la sociedad profundamente machista y patriarcal en la que vivimos. Una en la que los hombres gozan de mayores privilegios, solo por el hecho de haber nacido hombres, mientras que las mujeres no.
La supresión del legítimo deseo y derecho de la niña al haberse visto privada de su bebida en desmedro del capricho de su hermano, lo confirma. ¿Cuántas veces nos hemos sentido tratadas como desorientadas, o hemos sido juzgadas por beber o por hacer lo que queramos por nuestra propia familia? ¿Por qué no obtuvimos la misma porción de alimentos que los hombres en esos eventos familiares? ¿Por qué las mujeres comían después? ¿Por qué la mujer no expresaba libremente su opinión y callaba frente a la voz masculina?
Estuve leyendo «Catedrales» (2020), la última novela de escritora argentina, Claudia Piñeiro, en el cual se devela lo más perverso del fanatismo religioso y lo monstruosa que es la sociedad patriarcal. El libro removió muchas cosas en mi interior y me mantuvo en vilo de principio a fin. Un relato de una historia pasada que pervive cómo problemática de la actualidad. No cuento más sobre este fantástico libro, solo puedo decir que merece ser leído, ya que es un buen y marcado ejemplo de la permisividad social otorgada a los hombres y el escaso o inexistente control de las mujeres inclusive sobre nuestros propios cuerpos.
Hoy, retorno a esas memorias y a esos relatos con los que empecé este escrito, y me doy cuenta de la necesidad imperiosa de abolir nefastos modelos, de acabar con los tratos desiguales, aquellos que quisiéramos que nuestras sobrinas, hijas, o cualquier mujer en la actualidad no experimenten nunca más.
Foto de portada: PublicDomainPictures