Comúnmente la gente se aficiona de las series de televisión, no los culpo, me encuentro embelesada con una ahora mismo, Mad Men. Esta serie fantástica que ahora veo por Netflix, es para mí, una verdadera obra de arte. Entre muchas temáticas de gran interés abordadas a lo largo de las distintas temporadas, atrapó mi atención la manera tan genial de expresar la situación de la mujer americana en la década de 1950 y 1960.
La serie me ha cautivado porque la esposa del protagonista, pese a ser una mujer de extraordinaria belleza, de posición socio-económica media alta, casada con un hombre exitoso, y madre de dos niños bellísimos, es profundamente infeliz. Fuera de esta fachada, que es a todas luces prometedora y la consecución del éxito en la vida de la mujer en aquella como en otras épocas, la señora se siente completamente sola, abrumada y no tiene con quien compartir su profunda angustia. Ella realiza día tras día los quehaceres domésticos y cuida de los niños y, al término del día espera con un cigarrillo en mano y una copa de vino, la llegada del añorado esposo, con quien casi no tiene vida sexual y quien por cierto, comete un sinnúmero de infidelidades fuera del hogar.
La representación de la sociedad americana de la década de 1950 ha sido llevada al cine en diferentes ocasiones. A mi parecer, una de las películas que representa magistralmente cómo se desarrollaban los procesos culturales en aquel entonces, es Revolutionary Road, protagonizada por Leonardo DiCaprio y Kate Winslet. Que manera tan conmovedora de representar el profundo vacío y desesperación que sentía la mujer, de aquella pareja de casados, al vivir su vida. Y otras películas tan excelsas, como The Help en la que se retrata la vida de un grupo de mujeres afroamericanas y blancas en la década de 1950. Además, la literatura ofrece una inigualable descripción de una mujer de esta época, la señora Brown, en el libro The Hours de Michael Cunningham.
Hablo de este tema porque ayer al conversar con mi amiga Alejandra, analizábamos lo tremendamente nocivos que pueden resultar para mujeres como para hombres, el comprometerse y casarse con aquellas ensoñaciones que en la sociedad nos han hecho dimensionar como valiosas. Por ejemplo, la idea del amor romántico y lo que deviene de él, ha hecho mella en más de una de nosotras; o, la idea de emular, ese proyecto en el que se obtiene la anhelada vivienda, el elegante carro, lxs hijxs y la pareja perfecta, como ideal máximo de la realización personal.
Sé bien que este modelo de la familia ideal, que nos fue trasmitido hasta en caricaturas como Los Supersónicos o Los Picapiedras, está siendo de-construido, no por ser necesariamente negativo, sino porque no es el único. La necesidad del reconocimiento de los distintos modelos familiares y la diversidad de proyectos personales es, hoy por hoy, un asunto de vital importancia.
En lo particular y en más de una ocasión, estas ensoñaciones que provenían de estos modelos generalizados, me hicieron pensar en cuál era mi norte. Tomé decisiones, que me llevaron a cometer grandes errores, con base en estos, muchas veces, modelos funestos. No quiero decir que la familia tradicional y clásica, no sea funcional y no derive en la felicidad de muchas personas, lo que intento aclarar es que este modelo no es funcional para todos.
Hace poco tiempo, mi abuela materna, quien tiene más de 80 años, conversaba conmigo acerca de mi matrimonio y me decía: «Hijita, no compren nada, no se endeuden, viajen». De alguna manera entendí de dónde provenía su pensar, ya que ella fue producto de esa sociedad profundamente conservadora que esperaba que cumpliera con sus deberes de esposa y madre, y que hiciera de este menester, la totalidad de su vida. Al parecer, el modelo la desalentó.
Estas ensoñaciones del amor romántico que provienen de la cultura de Disney, de la arremetida publicitaria del mass media y de toda nuestra herencia cristiana, pueden ser sumamente perjudiciales sino se analiza el deseo particular. Generalmente, no seguimos los deseos de nuestro corazón, porque no distinguimos que son distintos a lo que nos han ensañado a admirar. Dejamos que direccionen nuestras vidas y nuestros destinos, y en ocasiones y tristemente, lo hacemos a sabiendas de que esa es el rumbo que no queremos tomar.
Es posible que se haya deslizado al otro lado de una línea invisible, la línea que siempre la ha separado de lo que prefería sentir, de lo que prefería ser. […] Ha luchado tanto, durante tanto tiempo, con tan buena fe, y ahora por fin aprendió a vivir felizmente. […] Parece que va estar bien. No debe perder las esperanzas. No debe sentir pena de las posibilidades perdidas, los talentos inexplorados (¿y si después de todo no tiene talento?). Seguirá dedicada a su hijo, a su esposo, a su hogar y sus deberes, a sus bendiciones. Deseará este segundo bebé.
La señora Brown en el famoso libro “Las horas” de Michael Cunningham.
Foto de portada: analogicus