Creo que de alguna manera, todos nos hemos preguntado alguna vez, si lo que hacemos en nuestra vida tiene sentido.
Mi carrera de pregrado y mi maestría, mi formación profesional, no dieron los frutos que yo imaginé en un principio. De hecho, en cierto punto de mi vida mi carrera profesional dió un giro que no imaginé, no preveí y que en la actualidad no me agrada.
Me he sumergido, sin haberlo deseado, en trabajos que poca o ninguna satisfacción personal me entregaban. Fui dejando que la vida hiciera conmigo lo que quería, y supongo que no fui la decidora de esta en el momento adecuado. Dejé que las olas me moldearan como a la arena de las orillas, a su antojo.
Ahora que ya han pasado un par de años desde que decidí no verme envuelta en trabajos que me producían desdicha existencial, me siento aún bastante perdida, aunque experimento menos sufrimiento al abandonar aquello que no disfrutaba.
El agotamiento laboral, el disgusto que me fue generando hacer algo que no gozaba, fue trayendo consigo una serie de penalidades para mi cuerpo y mente. Recuerdo que en un momento de mi vida, empecé a perder muchísimo cabello, adquirí acné, el cual no había tenido nunca y, hasta deje de menstruar, yo que siempre fui regular. El cuerpo nos grita lo que la mente no logra aclarar.
Renunciar a un trabajo no es sencillo, y al salir por la puerta, lo hice llevando conmigo una maleta de miedos. Eso fue lo que gané al haber desempeñado tareas ingratas por las que recibía al término del mes, un pago insuficiente y que no merecía el trago amargo que degustaba diariamente.
Ahora, en este tiempo en el que decidí, finalmente por mi voluntad, dejar de verme envuelta en incidiosas y dañinas situaciones laborales, he podido regresar a verme a mi misma por primera vez en la vida. He revisado los pasos que he dado y me he aterrado frente a las posibilidades del futuro. No me gustaba el aspecto que mi camino iba tomando, por lo que decidí empezar a hacer lo que me gusta.
Me llevó mas de un año identificar que es lo que me agradaba. Si antes me lo hubiesen preguntado, no hubiera sabido qué responder. Ahora, después de muchas angustiosas reflexiones, sé que lo que me gusta hacer es leer. Probablemente, no es una actividad que genera ingresos, pero es una que me hace feliz.
La lectura ha sido para mí una fuente inagotable de sosiego, y me ha permitido efectuar por primera vez en la vida un encuentro placentero conmigo misma y con el mundo. La lectura es para mí un torrente de energía maravillosa que no deja de fluir.
He encontrado en los libros entrañables amigos, compañeros de mis días. En ellos siempre hallo una nueva aventura, la posibilidad de un nuevo viaje.
Leer es tan importante para mí como respirar, de ahí que siento temor de no poder hacerlo algún día, tengo miedo a la ceguera o a que un trabajo del que no disfrute y que ocupe todo mi tiempo, lleguen a vedarme la posibilidad de seguir haciéndolo. Creo que es tanto mi temor que he contemplado esas situaciones horrorosas.
Mi salvación emocional, mi ancla en la vida, esos son los maravillosos regalos que la lectura me ha dado y me continúa entregando. Sé que para cada lector la experiencia es distinta, pero la magia y las bondades que la lectura provee es general para todos.
Así como recomiendo amar, sin miedos y entregándolo todo, también recomiendo leer con el afán de que la vida se complete, se llene de magia.
Genios y genias nos han entregado su sabiduría y experiencias a través de sus escritos, solo queda en nuestras manos saber aprovecharlos. En mi caso, esos relatos me han provisto de luz, me han enseñado el camino, me han salvado la vida.
Foto de portada por: Linus Schütz en Pixabay