Entre mi lectura de Baudrillard y “Paris et à nous” amanecí en casa un jueves por la mañana. Entre el libro y el film, pensaba que el desazón por la vida se expresa de las maneras más complejas e inclusive de las formas más cotidianas. La imposibilidad de mantener el amor, las relaciones, la estabilidad laboral y muchas otras cosas, en un mundo en que la trascendencia ya no tiene sostén. Los posmodernos pueden hacerme caer en serias resacas secas en ocasiones.
El sol brilla afuera y la canción del camión del gas me hace saber que todo se mueve en el exterior, que la vida continúa. El trabajo hace sentir que la vida tiene una senda y que quienes no tienen ambición, están lejos de ser reconocidos y admirados.
Se vienen cosas nuevas. El deseo de un viaje futuro me trae esperanza y deseos de libertad. Esa libertad que es una obligación moral, según Braudillard. Pero sino me sostengo, sino nos sostenemos en ella, no nos queda de dónde. La realidad es ciertamente compleja y muy cruel. Entonces, solo queda afincarse en la libertad.
Mañana quiero volver a una lectura más ligera, para olvidar un poco la realidad. Creo que debo leer menos al francés o tal vez deba leerlo más frecuentemente. Lo que sí sé es que esta literatura me genera un poco de agorafobia y entiendo porque las masas se empapan de lo sencillo, lo fútil, lo digerible. Es más sencillo vivir así.
Quiero volver a caminar sobre las calles de Paris, me prometí volver a hacerlo, lo haré. Mientras tanto seguiré en mi América, en mis lecturas francesas y latinoamericanas y en mis añoranzas de emprender otros vuelos prontos.