A veces me pregunto si alguien lee esto. Si alguien en algún país extraño me ha leído por casualidad y le ha gustado lo que ha encontrado aquí. Luego pienso y me digo, no escribes para nadie más, es para ti. Pero la idea no me reconforta, me gustaría tener un lector anónimo, que se encuentre expectante de mi próxima entrega.
Hoy por hoy, escribir es la actividad que me alivia del aburrimiento y el letargo, sin embargo, leer siempre ha sido una de mis pasiones y mi sosiego. Hay días en los que la pasión por leer recorre mis venas y otros en los que es una tarea casi imposible. Gracias a los miembros de mi club de libros, entendí que es de necios sentirse frustrado por no darle continuidad a la lectura de un libro y que es profundamente absurdo envidiar a quienes leen más. Cada uno debe encontrar los tiempos propicios y espacios adecuados para leer, así como para escribir.
En ocasiones, me da mucha vergüenza haber leído novelas que no son ni de cerca obras magnas de la literatura universal, sino simples libracos que contienen historias de deseo, intriga y situaciones truculentas. No voy a negar que no me he divertido con ellas, pero tampoco las presumo en mis charlas sobre libros ni las recomiendo a nadie. Aunque termino por regañarme a mi misma al no ser honesta y no reconocer que leí una, dos, treinta novelas de las malas, de las que la gente no mira con valor pero a las que yo guardo profundo afecto.
De hecho, mi amor por la literatura nació a través de la lectura de las páginas de los libros de Virginia C. Andrews. Una americana que escribió cientos de novelas y su obra insigne fue “Flores en el ático», libro que se llevó al cine en más de una ocasión. Ese tipo de novelas siempre me han hecho sentir apegada a las historias de amor, desamor, heroínas y antiheroínas. Esos relatos me fascinaron durante la infancia y adolescencia, y aun hoy, cuando pesco uno de ese calibre, lo leo con furor.
Creo que a la final, no importa qué lectura elija, lo importante es arriesgarme y sino me gusta, la dejo. Nunca fui asidua a esta clase de premisas, en mi hogar me enseñaron que siempre se termina lo que se comienza. Por eso soy tan estricta con algunas cosas y conmigo misma. Sin embargo, empiezo a notar que las cosas no siempre deben ser así. Aportar un poco de flexibilidad a las cosas y dejar un libro inacabado, no será una acción que merezca auto flagelaciones (imaginadas, por supuesto).
Ahora dejo esta ideas aquí, capaz ese lector ansioso me abandone para siempre o aún le reste un atisbo de esperanza en mi. Regreso a mis lecturas de servicios ecosistémicos pero con deseos genuinos de estar en una cafetería con una de esas novelas del pasado en mano. Aquellas que me enseñaron a amar los libros y por las que he decidido comenzar a escribir.
Foto de portada: Gerhard Gellinger